Por Leoncio Martínez - Leo
Editorial del Sábado 26 de Septiembre de 1936
Semanario “Fantoches”, Año XIV, No. 55
La ideología política del momento sufre cada día nuevos desajustes. Recién muerto el dictador Gómez, Venezuela se convenció de que el poder de las masas populares habría de ser la fuente de toda la renovación necesaria; ese poder de las masas fue la causa determinante del maravilloso movimiento del 14 de Febrero y ese mismo poder ha sido el origen de muchas adquisiciones útiles y patrióticas. Pero, por desgracia tenemos el defecto de juzgar las cosas a través de la lente de intereses personales, ha llegado el momento de retractarnos de aquella primera manera de apreciar el valor de las masas, y ocurrimos ahora a la historia para comprobar que el valor de ese poder es relativo, cuando no nulo. Hemos comenzado a sentenciar al pueblo, sin pruebas, argumentando que las masas son inconcientes y guiables por el primero que grite más fuerte. SE ha culpado a los “agitadores” de todos los movimientos populares y se esgrime el argumento aquel de que las mismas masas que siguieron a Boves fueron las aliadas de Bolívar, esto como prueba de la irresponsabilidad de conciencia de las masas.
No se ha hecho un estudio conciente de la realidad, de la verdad sociológica del asunto, aun cuando los sucesos actuales comprueban todo lo contrario de lo que se ha dicho para desprestigiar el significado del poder de las masas populares. En vez de observar que las masas que siguieron a Boves tenían tanta razón como las que siguieron al Libertador, puesto que expresaban el descontento originado por el engaño de que habían sido victimas después de firmada el Acta de la Independencia, así como las que siguieron a Bolivar lo hacían persiguiendo las reivindicaciones que el Genio de America prometió y cumplió, cometemos el pecado de acusarlas de una inconciencia que en realidad no existe sino en los que tan peregrinamente hacen apreciaciones epidérmicas.
Alguien ha dicho que “los pueblos son como los niños que no saben lo que quieren”, y esta ha sido otra afirmación empleada para constatar la teoría que ahora interesa a algunos; pero con esta afirmación ocurre algo tan descabellado como con la anteriormente expuesta. Puede que los pueblos no sepan lo que quieren, pero sí conocen sus necesidades, y cuando hay alguien capaz de traducir en palabras ese sentimiento popular, alguien que redacte y relate esas necesidades, el pueblo le acompaña decididamente, como acompañó a Boves primero y a Bolívar después. No queremos decir con esto que el ideal de Boves es tan importante como el del Libertador, puesto que bien sabemos que el sanguinario español era simplemente un profesional de la guerra y del asalto, mientras que el plan de Simón Bolívar era toda la construcción de un pueblo fuerte y libre e invencible; pero sí queremos demostrar que la masa popular persiguió siempre el éxito de sus reivindicaciones sentidas, ya siguiendo a un bárbaro como a un genio.
Quien trate de negar el alto significado que tiene para la construcción de los pueblos el poder de las masas, es porque aspira a dominarlas, a oprimirlas, a esclavizarlas, para utilizar el silencio y la resignación que en ellas causa el desamparo en las dejan sus dirigentes abolidos.
Y más aún. Con frecuencia los dirigentes de masas son simplemente amanuenses de los dictados populares, instrumentos empleados por la conciencia pública, en quienes el pueblo aprovecha la cualidad técnica de saber hablar o de saber escribir o de saber proyectar. Diríase que muchas veces el líder es algo así como el eje de transmisión que moviliza todas la piezas de un taller, pero que no sería capar de animar todo aquel mecanismo si no estuviera motorizado por el impulso de un único generador de energías.
Cuando se dice que los agitadores son los únicos culpables de todo movimiento, se desconoce de hecho el significado del poder de las masas, del papel del pueblo en la política, puesto que se le considera incapaz, inconciente e irresponsable; y quien considera al pueblo como un elemento nulo en la política, desconoce totalmente el sentido de la democracia. Quien niegue el valor social de la masa, niega plenamente el valor sociológico de la doctrina democrática.
Los pueblos no siguen a sus agitadores sino a quienes encarnen a una aspiración unánime de la mayoría. Los pueblos no conocen agitadores sino interpretes, por eso siguen a quien les promete alimento cuando tienen hambre, a quien les habla de justicia cuando se sienten oprimidos, y hasta a aquellos que les prometen venganza cuando se sienten victimas. Siguieron a Boves porque Boves les prometió vengar el engaño de que les hacían victima las incumplidas promesas de quienes firmaron el Acta de 1811, porque Boves les ofreció el saqueo y la batalla en represalia contra “el mantuano” y contra el “criollo blanco” que se había adueñado de todo lo que se suponía debiera pasar a manos del pueblo. Pero luego siguieron a Bolívar, porque el Libertador concretaba mucho mejor las aspiraciones, definiéndolas con palabras de una doctrina bien formulada y ya reinante en Europa, que se llamaba Democracia. Boves, como interprete, no tradujo sino la cuestión pasional, bárbara, casi animal, que se agitaba en el alma de la masa; Bolívar, llegó más a fondo, más a la raíz del espíritu público y, en vez de invitar para la intentona descabellada y sin horizonte, expuso programa total y concreto, fiel interprete de todo cuanto se deseaba.
Por eso nosotros pedimos una mejor interpretación del significado de masa y nos oponemos a esa falsa apreciación que trata de relegar el pueblo a la categoría de vehiculo inánime conducido por sus dirigentes agitadores. A nombre de ese pueblo que sabe lo que siente y sabe lo que quiere, a nombre de esa masa que es la misma que luchó y venció al lado del Libertador hasta lograr implantar las doctrinas de la democracia y la igualdad social, a nombre de ese conglomerado conciente que no ha servido de pedestal para la gloria de nadie sino para su propia gloria, ya que el Libertador era a la vez hombre y masa, porque dentro de él dormía el pueblo libre a que aspiraba, pedimos para Venezuela la legitima apreciación de la democracia, de esa democracia siempre reñida con quienes pretenden imponer sin oír, gobernar sin acatar.
Bien esta que disculpemos a quien juzgue sin contemplar el panorama de la República, pero no podemos aceptar que aquellos a quienes corresponde enfocar la cuestión desde todos los puntos de mira lógicos, consideren como fútil elemento de la razón de Estado nada menos que a la masa popular, única fuente de todo poder y de todo gobierno democrático, único origen de la Ley y única capacitada para sancionar lo que por principio de autoridad debe ser aceptado.
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