Por Luis Manuel Aguana
Han pasado 25 años y la gente olvidó. En 1992 el país discurría en una
dinámica diferente cuando unos militares alzados irrumpieron en la vida de
todos nosotros. Moisés Naim hizo un extraordinario trabajo al recordarnos esos días
con la nueva serie de Sony, “El Comandante”, inspirada en la vida de Hugo
Chávez, que transmite en la actualidad RCN en Colombia (ver entrevista a Moisés
Naim en NTN24 en https://youtu.be/ftCh9tLYv9c).
Me sorprendió conocer que Naim había sido el creador de la serie y uno
de sus principales productores, porque comencé a ver los capítulos de “El
Comandante” antes de saberlo y ahora entiendo porque esta historia me enganchó
desde el primer capítulo. Nadie como Naim podría contextualizar tan bien la
Venezuela de esos días, no solo por haberse desempeñado como ministro de CAP II,
particularmente en una cartera como la que el él tuvo en el Ministerio de
Fomento, sino por el extraordinario analista político que es. Ese conocimiento
transformado en novela política es lo verdaderamente valioso de esa producción.
Al ser una serie de ficción en un género que particularmente me fascina,
que es la historia fabulada, los productores pueden darse unas licencias bien
sabrosas basándose en la realidad vivida en la Venezuela de ese entonces, que
aunque pasaron ya hace 25 años y algunos recordamos muy bien esos días, no
dejan de reflejar el por qué razón Chávez resultó el fenómeno telúrico que fue
en esa Venezuela y porque aun sigue teniendo la aceptación que tiene su causa en
una gruesa capa de la población. Hay que entender ese fenómeno si se quiere lograr
sobrevivir con éxito a esta pesadilla que representa ahora los antivalores más
despreciables, lo más alejado de aquella idea de cambio que movió a muchos
venezolanos a votar por él en 1998.
De la serie resaltan de inicio dos cosas muy importantes que todavía
no se resuelven. Lo primero, el derrumbe del entonces sistema político y la
percepción generalizada de los venezolanos que los políticos estaban tan distanciados
de los problemas de la gente llana que vieron con muchísima simpatía que
alguien irrumpiera haciendo algo para sacarlos. Naim me recordó lo que todos decíamos
de los adecos y los copeyanos. La gente los mimetizó, eran a los ojos de todos
la misma vaina corrupta. Caldera, al alejarse de su partido y aglutinar sin una
base militante a una población descontenta logró ganar las elecciones
presidenciales en 1993. Pero aún así, no tomo las decisiones necesarias para
salvar un sistema que ya estaba condenado.
Lo segundo es que recordé algo que yo mismo había olvidado: “¡por fin llegó
alguien que se responsabiliza por algo en Venezuela!”, al ver a Chávez con su “por
ahora” en televisión. Todos los venezolanos queríamos, deseábamos esa
irrupción. Para mí significaba una cosa, pero para la mayoría de los
venezolanos se traducía en otra muy diferente. Yo era –y sigo siendo, aunque disminuido-
de la clase media. Me eduqué en un estrato social diferente de esa gran mayoría
de personas que sintieron al golpista como una suerte de héroe que venía a su
rescate, y en consecuencia tenía una percepción distinta.
Uno de los personajes populares de la serie ya lo ponía el un altar
con la Virgen para que nada le pasara en Yare. Y ese detalle es muy
significativo. Allí empezó a gestarse un mito, una cercanía popular muy
difícilmente igualada por otro dirigente político en Venezuela. Eso será tal
vez lo más difícil de resolver en el futuro, aun cuando Chávez haya muerto. Es
el mismo mito de los “descamisados” peronistas que todavía llevó hasta anteayer
a Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia de Argentina.
Otro aspecto muy importante de la historia y que para pocos era
conocido en ese entonces, es que Chávez no era solo un golpista cualquiera, era
un conspirador ideologizado desde hacía muchísimo tiempo, proveniente de las
mismas Fuerzas Armadas. Con el disfraz “bolivariano” escondía en el fondo la misma
idea de transformación de la izquierda comunista que mueve a los movimientos
guerrilleros en el continente, particularmente en Colombia.
¿Pero de donde vino eso? Del mismo lugar de siempre, de la pobreza en
la que han vivido –o mejor aún, sobrevivido- nuestros países producto
precisamente del olvido de la dirigencia política de gobernar para disminuir
progresivamente ese cordón de miseria que nos ha rodeado históricamente. Chávez
y sus sucesores se encargaron de usar esa mayoría en pobreza estructural para
afianzar su poder y seguir generando más pobreza.
Llama particularmente la atención la importancia que le dio la
producción de la serie a la pobreza que rodeó el origen del protagonista en el
interior de Venezuela, donde sabemos que la necesidad es mucho mayor de la que
se vive en Caracas. Las vicisitudes pasadas por ese niño pobre dan lugar a un
resentimiento que persiste en su vida adulta y que se tradujo en una “viveza”
que concibe el éxito de una manera distorsionada. Como dicen los expertos, la
pobreza se lleva en la mente, pero aun cuando muchos se deslastran de ella, la
mayoría sucumbe. Y Chávez encarnó ese sentimiento de venganza resentida de esa
mayoría…
Pero ahora hay más pobreza y más resentimiento, que el régimen se está
encargando de desviar muy astutamente desde ellos, que son los responsables,
hacia donde siempre lo han hecho los comunistas (“el imperio” o “la derecha entreguista”),
afianzando ese círculo vicioso que fue el origen del mal que nos acompaña. Se
han agravado entonces esas dos cosas presentes en la Venezuela de 1992: a) la
percepción generalizada que los políticos siguen aprovechándose de sus
posiciones de poder para negociar y enriquecerse, y; b) esperan a que otro alguien
aparezca para que los rescate.
¿Cómo enfrentamos eso? Es claro que no será fácil. Debemos volcarnos
hacia nosotros mismos y entender que no podemos seguir haciendo lo mismo. Que
la cosa no es simplemente decir que Chávez fue el malo de la partida –que lo fue-
sino que el mal que lo creó sigue allí presente, vivito y coleando,
exponenciado en muchos órdenes de magnitud, y que la cosa no es regresar a lo
que había antes, porque eso fue precisamente lo que el venezolano despreció,
abrazando a Chávez como su salvador.
El proceso constituyente tal vez no sea la panacea para resolver un
problema de hondas raíces humanas, culturales y políticas, pero si ofrece la
oportunidad de volver a empezar. Discutir con qué país debemos comenzar de
nuevo. De allí debería salir una nueva clase política. Una muy diferente, no la
que había antes ni mucho menos la que hay ahora. Nos debe permitir darles la
oportunidad a voces que nunca han sido oídas, de todos los rincones del país, y
provenientes de todos los sectores, no solo del político, que exigirán la
reivindicación de sus luchas más sentidas.
Por otro lado, de esa discusión constituyente deberá salir una
propuesta estructural y política que determine el comienzo de la solución de la
pobreza, con una nueva manera de concebir al país. Nosotros proponemos una, la
autonomía de las regiones y darle a cada venezolano a lo largo y ancho del país
la oportunidad de explorar sus alternativas de desarrollo desde la entidad territorial
más básica, el Municipio. El Proyecto País Venezuela es nuestra propuesta para
sacar al país de la pobreza. Nos gustaría oír otras que no sean volver al
pasado, a lo mismo que gestó a un fenómeno como Chávez. Tal vez esa sea la manera
de evitar que otro muchacho, incapaz de deslastrarse de la pobreza de su mente
y resentido de espíritu, recorra la historia de El Comandante convirtiéndose en
Presidente de la República para desgracia de todos los venezolanos.
Caracas,
28 de Febrero de 2017
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana