Por Luis Manuel Aguana
A mi padre
Algunos
tal vez piensen que esta nota es muy personal. Yo al comenzar a escribirla lo pensé
también, pero me di cuenta, como lo verán más adelante, que no es así. Estamos
ya a más de 15 años de haber comenzado el siglo XXI y todavía existen, como
existieron en el siglo XX, manifestaciones de un pasado que no se acaba de ir
para comenzar uno nuevo. Dicen que la modernidad de Venezuela comenzó 35 años después
de comenzado el siglo XX, a la muerte de Juan Vicente Gómez.
Y así
como ocurrió antes de un siglo para otro, aun permanecen individuos que fueron
criados de una manera, para algunos completamente desconocida y que ahora forma
parte de la historia; su accionar en vida como seres humanos obedecía -y aun
obedece porque aun no se han ido todos- a las reglas del siglo XIX. Uno de esos
fue mi padre, Raúl Aguana Figuera, personaje nacido en Puerto Píritu, un pueblito
del oriente del país para ese entonces rural en la primera parte del siglo pasado,
y cuya manera de actuar en su vida respondió a esas reglas, donde las cosas no tenían
grises sino blancos y negros.
Era muy
difícil en esos años para alguien de sus condiciones, una clásica familia
trabajadora del interior, estudiar en una universidad, ni siquiera en un buen
liceo. Tuvo que trabajar y estudiar en la ciudad importante más cercana,
Barcelona, Estado Anzoátegui, para graduarse de Bachiller, y hacerse paso luego
a la capital a estudiar una carrera universitaria. De verdad que aquellos que
llegaban en esa época a estudiar en la universidad eran unos personajes fuera
de serie y por eso valoraban tanto sus estudios porque les había costado muchísimo
lograrlos. Tal es la razón por la cual para quienes somos hijos de esos
personajes la educación tiene un significado diferente.
Y en el
caso de mi padre, fue muy duro y tuvo que realizarlo en dos pasos. Primero una
carrera corta que le permitiera sobrevivir para luego estudiar lo que en
realidad quiso, sus estudios de Derecho, y de los cuales en realidad nunca
vivió sino de lo que realmente fue la profesión de su vida, la docencia. Paradójicamente,
esa “carrera corta” como profesor de Ciencias Sociales titulado en el
Pedagógico de Caracas, que en aquel entonces se realizaban en tres años, fue su
vida completa.
Militó
activamente en su juventud en Acción Democrática logrando posiciones de
dirigencia en la Parroquia San Agustín. Participó en el famoso mitin de cierre
de la campaña presidencial de Rómulo Betancourt en 1958, en la parroquia donde
el principal líder de AD había sido Concejal. Luego de eso Betancourt lo mando
a llamar para ofrecerle una importante posición del partido y del gobierno en
el Estado Anzoátegui, la cual rechazó porque prefirió continuar sus estudios de
Derecho en la Universidad Central, abandonando de esa manera una prometedora
carrera en la política. Rómulo le dijo que estaba cometiendo un error. Y
posiblemente haya sido así, pero él nunca juzgó la política como una “profesión”.
Siendo
militante de Acción Democrática, como educador participo en la división del MEP,
trabajando activamente por la candidatura de Luis Beltrán Prieto Figueroa a la Presidencia
de la República. Lamentablemente pronto se desencantó del funcionamiento
interno del partido al notar lo que todos notan en todas las organizaciones políticas:
la lista de quienes logran con su trabajo que los dirigentes principales surjan
no siempre se corresponde con la lista de quienes terminan ocupando las
posiciones relevantes.
Es por
eso que mi padre nunca fue un político de profesión sino más bien un estudioso
y analista de la política. Muy conocedor de los actores políticos de los
principales partidos, conocía especialmente cuales podrían ser sus actuaciones.
Largas conversaciones familiares desde muy temprano de mi vida de estudiante
universitario transcurrieron en oír los cuentos del “who is who” de la política
venezolana.
Al
dedicarse de lleno al tema educativo, en especial como profesor de la Academia
Militar y la EFOFAC (Escuela de Guardias Nacionales de entonces), su formación
no pudo ser más completa en la Venezuela de ese tiempo al comprender como
nadie, siendo civil, a los militares y a los políticos. Se pasó más de 30 años
formando militares. Todo el mundo creía que era uno, y de hecho lo era en
formación y esencia, aun cuando no haya portado nunca el uniforme, al punto que
su doctorado fue en Derecho Militar.
De
nuestra casa entraban y salían militares. Los fines de semana llegaban cadetes uniformados
de la Academia Militar a recibir clases y consejos. Nuestra formación de casa tuvo
que ver mucho con eso. Conectando el siglo antepasado con el pasado, mi padre
transmitió a sus hijos una impronta muy difícil, al transmitirnos los mismos
valores que enseñaba en ese medio.
Sus éxitos
en la administración pública educativa tuvieron mucho que ver con la disciplina
adquirida de su experiencia con los militares de ese entonces, aunado a la
honestidad y pulcritud en el manejo de los asuntos, lo que lo hizo un
administrador educativo de excepción. Durante su paso por la Dirección del
Liceo Andrés Bello de Caracas, Carlos Andrés Pérez en su primera presidencia,
fue el único Presidente que pudo visitar sus instalaciones en el tiempo en que
los comunistas tenían tomada la educación media en la capital. Era en ese
entonces mi amigo Diego Arria el Gobernador de Caracas. Muchos todavía
recuerdan eso.
Ya
retirado se dedicó a escribir, y su última obra se la dedicó a la educación
universitaria. Mis hermanos y yo intentamos sin éxito que fuera publicada por
una universidad. Decidimos que antes que se fuera, su libro “La
Universidad, institución fundamental de la cultura en la civilización
occidental” (ver http://universidadculturaycivilizacion.blogspot.com/)
se publicara en formato digital como un homenaje permanente al esfuerzo que
había hecho de comunicar sus inquietudes e ideas en el área educativa.
En sus últimos
años conversamos muchísimo de la política actual y las razones por las cuales
se había llegado a este desastre, haciendo siempre una evaluación concienzuda
de cada momento, y consistentemente llegábamos a la misma conclusión: los partidos
políticos desviaron su principal razón de ser, que no es otro que el bienestar
de la población, a favor del enriquecimiento de sus lideres y su permanencia en
el poder.
Pero
eso solo podía salir de una cosa: las personas son presas fáciles del populismo
partidista en la medida que más bajo es su nivel educativo. Venezuela es pasto fácil
de esa enfermedad recurrente. Y eso se corresponde con una cita que en estos días
me escribió mi estimado amigo Don Rafael Grooscors: “Víctor Raúl Haya de
la Torre, en 1965, me explicó, personalmente, por qué, para él, era
inconcebible darle el voto a los analfabetas”. Y eso tiene relación directa con
eso.
Los
temas de la deserción escolar, la delincuencia proveniente de eso en el largo
plazo, en especial la educación de los adultos, eran temas que lo preocupaban
especialmente. De la última conversación acerca de política que sostuve con él
antes de caer en su crisis terminal, me dejó particularmente preocupado. Le
comenté de los avances que hemos estado haciendo en relación al tema
constituyente del cual tanto le había hablado. Al preguntarle, papá ¿tú crees que en la Venezuela que conoces
podamos cambiar de verdad el sistema político? Su respuesta fue terminante: No
sin educación.
Luego
de eso y al verlo partir este fin de semana, no dejo de pensar que el mejor
homenaje que podremos hacerle a su memoria y a la vida de educadores como mi
padre y su dedicación por ese apostolado, es luchar por un pueblo más y mejor educado,
como el único antídoto que nos queda para evitar que la tragedia actual se perpetúe
en Venezuela. Educación, educación y más educación. Solo así podremos comenzar de
verdad el siglo XXI.
Caracas, 8 de Marzo de 2016
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana
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