domingo, 21 de agosto de 2011

Censo 2011 en Venezuela y el Derecho a la Autodeterminación Informativa

Por Luis Manuel Aguana

En un artículo anterior (ver Porque no les abriré mi puerta en http://ticsddhh.blogspot.com/2011/07/porque-no-abrire-mi-puerta.html), razoné el porque los venezolanos tenemos ciertamente el derecho constitucional de proteger nuestra privacidad y ser celosos propietarios de todos los datos que de nosotros recojan y/o posean, no solo el gobierno, sino cualquier entidad pública o privada. Esto efectivamente nos lo conceden los Artículos 28, 48 y 60 de nuestra Constitución de 1999.

Sin embargo, pocos conocen que este derecho es algo que sido materia de prioridad internacional en virtud de la vertiginosa aceleración del fenómeno tecnológico y su cada vez mayor globalización. Los ciudadanos latinoamericanos hemos sido presa fácil de mercaderes internacionales de datos como consecuencia de legislaciones atrasadas y débiles en nuestros países. Y aún cuando el denominado derecho a la Intimidad y Privacidad ha sido efectivamente consagrado en la mayoría de las Constituciones de nuestro continente (a excepción de Cuba) y en los diversos Tratados Internacionales como uno de los derechos fundamentales, aún no es materia muy conocida y menos aun, respetada.

El 15 de Diciembre de 1983 el Tribunal Constitucional de Alemania declaró la inconstitucionalidad de la Ley Alemana del Censo de 1982, decidiendo lo siguiente que se hizo posteriormente ley en toda la Comunidad Europea: “El derecho general de la personalidad...abarca... la facultad del individuo, derivada de la autodeterminación, de decidir básicamente por sí mismo cuándo y dentro de qué límites procede revelar situaciones referentes a la propia vida...: la libre eclosión de la personalidad presupone en las condiciones modernas de la elaboración de datos de protección del individuo contra la recogida, el almacenamiento, la utilización y la transmisión ilimitada de los datos concernientes a la persona.”. De esta manera se estableció el derecho internacional a la “Autodeterminación Informativa”.

El hecho de que en Venezuela no exista una Ley de Protección de Datos de Carácter Personal es sumamente grave y es materia a la que deben abocarse con urgencia nuestros legisladores. Por ejemplo, la Directiva 95/46/CE del Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea, que es el lineamiento general que rige para los Estados Miembros de la Unión Europea exige, no solo que existan leyes en sus países que protejan los datos personales de los ciudadanos sino como deben estructurarse esas leyes. Esta vigente como Directiva de Protección de Datos en Europa y prohíbe explícitamente a los Estados Miembros de la UE el tratamiento de datos personales que revelen origen racial o étnico, las opiniones políticas, las convicciones religiosas o filosóficas, la pertenencia a sindicatos, así como el tratamiento de los datos relativos a la salud o a la sexualidad. ¿Creen ustedes que con una ley así en Venezuela el gobierno hubiera podido solicitar la información que pretende levantar en el Censo del 2011? Tampoco hubiera sido posible, estando vigente una Ley como las que rigen en los Estados de la Unión Europea, que el Diputado Luis Tascón levantara una lista indicando la preferencia política de los ciudadanos de solicitar un Referéndum Revocatorio en contra del Presidente de la República.

Las legislaciones de protección de datos personales han sido también propuestas en varios países latinoamericanos, como en el caso de Nicaragua, debido a que empresas privadas sin consentimiento de las personas, obtenían datos sobre su solvencia económica y los comercializaban a otras compañías para que éstas ofreciesen sus productos. La protección de datos de carácter personal es imprescindible para la protección ulterior de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Y en Venezuela eso es aún materia difusa y ahora estamos viendo las consecuencias de la falta de Autodeterminación Informativa en nuestro país. Ya es hora que los ciudadanos vayan enterándose de que significa esto y las consecuencias de no estar convenientemente protegidos. Argentina ya homologó su legislación de protección de datos de carácter personal a la Directiva 95/46/CE, no solo por razones comerciales con la Unión Europea, sino también por razones históricas que fueron las que provocaron que sus dictaduras militares utilizaran los datos sus ciudadanos para perseguir y dar muerte a los opositores del gobierno. Así de grave es no tener una ley que proteja los datos de la población y una agencia de datos independiente que vigile de su cumplimiento.

Para aquellos que aun no ven la relación del Censo con la Lista de Tascón les recuerdo que ambos instrumentos son estadios diferentes de la misma violación de derechos. Con el Censo de 2011 se estarían recogiendo los datos personales de los ciudadanos sin ninguna regulación de por medio. Con la creación de la Lista de Tascón y posteriormente su versión automatizada, la llamada Lista Maisanta, se concretó la persecución de las personas. Estas listas fueron el producto de la información de las planillas del Referéndum Revocatorio, que organizadas y sistematizadas, en violación de todo principio constitucional a la privacidad e intimidad, dejaron a miles de venezolanos sin trabajo y aún están siendo utilizadas para discriminar políticamente a los ciudadanos en Venezuela. Si existiera un Estado de Derecho en nuestro país los venezolanos tendríamos el derecho a solicitar ante los tribunales la supresión de cualquier archivo que contenga datos de nuestra persona, usados sin nuestro consentimiento para discriminarnos políticamente basados en el Articulo 28 de nuestra Constitución.

Con el Censo 2011 los venezolanos terminamos de perder el Derecho Universal a la Autodeterminación Informativa, que es algo que ya forma parte de la batería de Derechos Humanos internacionalmente reconocidos. Veamos algunos ejemplos adicionales que fundamentan esta afirmación:

Los datos de carácter personal de los venezolanos están en manos de los cubanos castrochavistas. Esto es un hecho cierto, como lo sabe cualquier venezolano que haya hecho una cola en cualquier Registro Público en nuestro país: ¿Han estado ustedes en una cola desde la madrugada en un Registro Público (cosa nunca antes vista en Venezuela en un Registro) para encontrarse al amanecer que los cubanos que trabajan para el gobierno de Hugo Chávez se han llevado los computadores para vaciar la data de las personas en el Ministerio del Interior y Justicia, en un departamento que no esta bajo el control de ciudadanos venezolanos? Esto ha generado un profundo malestar entre los venezolanos que han estado allí. Ese malestar es consecuencia del accionar de un gobierno que ha entregado su soberanía a otro sin disparar un tiro. Pero esto no es un problema de nacionalidad. ¿Desearían los venezolanos que esto lo hiciera un chino o un americano o un francés? ¡Por su puesto que no! Ningún país puede delegar en otro los datos personales de sus propios ciudadanos porque eso es un tema de absoluta soberanía. Venezuela no posee los datos de los ciudadanos cubanos o colombianos o chilenos. Esto solo ha sido posible en la colonia cubana en la que este gobierno ha transformado a Venezuela.

He recibido como consecuencia del artículo previo escrito en relación al Censo 2011 que en los Estados Unidos también se cometen violaciones a la privacidad con los datos ubicados en Facebook u otros sistemas de la Web 2.0. Lo que pocos saben es que eso lo esta manejando ese gobierno de una manera democrática solicitando al Congreso de ese país una ley que regule esa situación. Se puede consultar el New York Times, en su editorial del 18 de Marzo de 2011 – A New Internet Privacy Law? http://www.nytimes.com/2011/03/19/opinion/19sat2.html?_r=1 la preocupación de las autoridades del gobierno norteamericano al solicitar a su poder legislativo independiente que regule esa materia. Como se verá, no estamos defendiendo posiciones extranjeras a ultranza ni manejamos falsos nacionalismos. Eso se lo dejamos a Hugo Chávez que ha entregado la soberanía de nuestro país a otro sin una guerra de por medio.

Asimismo he afirmado, en relación a esas mismas reacciones en contra del articulo “Porque no les abriré mi puerta”, que si a usted le dijeran que ese gobierno que ha discriminado de una manera abierta con los datos de la población y que le ha entregado los datos personales de la cedulación de los ciudadanos y de Registro Público a una empresa de otro país, no digo de Cuba, sino de cualquier otro país (favor leer el contrato con Albet-Gemalto disponible en la Red), y le dice que va a realizar un Censo de Población y le va a pedir TODOS LOS DATOS de su vivienda y otros que no tienen nada que ver con un Censo internacional, ¿usted se los daría? En lo personal yo no lo haría, como le he manifestado. Es como si a usted lo hubiera asaltado un malandro en la calle (Listas de Tascón y Maisanta) y le dijeran que ese mismo malandro va a ir a su casa a pedirle mas (Censo 2011) y que por favor le abra la puerta, usted lo haría? No creo que nadie lo haga. Eso es lo que creo que pasará con el Censo del 2011. Mas le valdría al gobierno olvidarse de ese Censo y comenzar a garantizar a los venezolanos el derecho a la Autodeterminación Informativa. Pero eso no lo hace un gobierno castrocomunista. Seguirán adelante con el Censo pero nosotros haremos la resistencia civil de no abrirles la puerta.

Sustento la tesis de que un pueblo en esta época de globalización y tecnología no puede tener sus datos sin protección adecuada porque le violan sus Derechos Humanos fundamentales con muchísima facilidad. Pero ya el gobierno se dio cuenta de eso. ¿Saben ustedes cual es el pueblo que tiene más desprotegidos los datos privados de las personas?: Cuba. Y eso no es casual. Ese país no tiene prevista en su Constitución la protección de la vida privada de las personas como el resto de los países del hemisferio occidental, como garantía constitucional y Derecho Humano fundamental. Y ese es el país cuyo ejemplo quiere Hugo Chávez que los venezolanos sigamos. Todo esto se puede verificar. No son inventos de este escribidor para odiar o mal poner a Cuba, pero si a su régimen que tiene más de 50 años sojuzgando a sus ciudadanos que se echan al mar buscando la libertad.

El argumento principal de los señalamientos que he realizado en contra del Censo 2011 es que el gobierno de Hugo Chávez utilizará esa información para la persecución política y profundización del modelo castrochavista. Las Directivas de la Unión Europea van dirigidas precisamente en el sentido contrario y del sostenimiento del sistema de libertades. Es por eso que el Tribunal Constitucional en Alemania en 1983 prohibió explícitamente a los Censos de ese país desarrollado (y luego se hizo ley en los demás de la UE) realizar inventarios de datos personales de los individuos. A esta pseudo revolución no le es conveniente que los venezolanos estemos concientes de estos derechos, y especialmente el de la Autodeterminación Informativa y es bien importante también que la oposición venezolana empiece a conocerlos. La defensa de los Derechos Humanos no tiene nada que ver con que si Chávez esté o no en el poder. Los datos personales de la gente, en este o cualquier otro gobierno, deben estar especialmente protegidos, no pudiendo ser utilizados para discriminar ni perseguir a los ciudadanos y lamentablemente el régimen de Chávez ya probó que eso es posible en la Venezuela de hoy.

Caracas 21 de Agosto de 2011

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lunes, 8 de agosto de 2011

Más información, menos conocimiento

Por: Mario Vargas Llosa

Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y tarde por la red; además, se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.

Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.

Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall McLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. McLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo del Internet.

Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.

No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la “inteligencia artificial” que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado “la mejor y más grande biblioteca del mundo”? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?

No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: “Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos”. Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para “informarse”. Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros”.

Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer La Guerra y la Paz o el Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?

La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce “la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos”. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.

Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis controvertidas. Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención que –para qué engañarnos– no será escuchado. Lo que significa, si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor.

Fuente: La Republica.pe
http://www.larepublica.pe/31-07-2011/mas-informacion-menos-conocimiento