Por Luis Manuel Aguana
Los puentes humanos inter
generacionales nos conectan con la historia y con nuestro pasado. Tal vez de
allí debamos extraer enseñanzas que nos ayuden a encontrar la ruta para salir
de esta pesadilla que utiliza lo peor de nuestro gentilicio para perdurar y
fortalecerse, en una suerte de círculo vicioso interminable que al pasar el
tiempo empeora cada vez más.
Don Rafael Grooscors Caballero es uno de esos
puentes humanos. Me refiere una anécdota de Guido Grooscors Caballero, su
hermano mayor, cuando se desempeñaba como secretario del entonces candidato
Rómulo Gallegos antes de las elecciones de diciembre de 1947. En un recorrido
en mula por Humocaro Alto, en el Estado Lara, un campesino le gritaba en la
muchedumbre al entonces candidato presidencial en campaña, “¡General, General!” tratando de llamar su
atención. Don Rómulo, en su conocido vozarrón le espetó con firmeza: “¡Yo no
soy General!”, como indicando que Venezuela estaba en elecciones donde serían
los civiles quienes cambiarían la historia del país. El campesino, con esa clara
inteligencia socarrona del pueblo venezolano le contesto: “No, pero lo será…”.
En esa pequeña anécdota se resumen 200 años de
historia republicana. Ese campesino no le hablaba a Rómulo Gallegos, civilista
y candidato presidencial para unas elecciones. Le hablaba a una figura de poder,
que es la que ha conducido siempre el destino de los venezolanos: los
militares. Pero más allá de eso, la anécdota nos revela que aunque Don Rómulo
Gallegos cabalgara en lomo de mula hasta lo más recóndito de Venezuela, el
pueblo llano no creería realmente –y a mi juicio todavía no cree- en lo que esa
figura ciudadana de las letras venezolanas encarnaba. Solo creía en el poder fáctico
que solo estaba en lo militar y peor aún, que esa ciudadanía buscaría
transformarse en eso porque estamos en Venezuela.
Para el dolor de todos nosotros eso es lo que al
final ha pasado, quizás porque el militarismo ha estado en el ADN del pueblo
desde la independencia. Y tal vez esa fue la razón por la cual los venezolanos
creyeron que un militar sería la solución de sus males en 1998. Ese es el reto cultural
–y más aún, estructural- más importante que debemos enfrentar: que se imponga
el pensamiento ciudadano sobre la impronta militarista de nuestro pasado. Sin embargo hemos retrocedido en lo civil más
de 60 años –o tal vez más- y particularmente en estos últimos 20 para hacerlo.
Necesitamos entonces un plan, más que de retorno a lo civil -que en realidad
nunca hemos tenido- para acometer la construcción de una nueva y genuina
ciudadanía. Lo que hemos disfrutado hasta ahora es un espejismo de ella, y
enfrentar su gestación después de este retroceso será todo un reto político.
Pero si a todo esto le agregamos la destrucción
sistemática de la institución militar tal y como la conocíamos antes del año 2002
realizada por Hugo Chávez, para construir en su lugar un aparato militarista y
comunista para sostener este sistema en el poder, la cosa se pone mucho mas
cuesta arriba. Del excelente trabajo de Federico Boccanera (ver , El negocio de
la conspiración en Venezuela, en http://www.lacabilla.com/ContenidoOpinion/opinion/el-negocio-de-la-conspiracion-en-venezuela-por-federico-boccanera/991)
extraemos lo siguiente: “La fuerza armada nacional bolivariana es la obra más
acabada de Hugo Chávez, la que verdaderamente pudo concluir antes de
morir, es su verdadero legado, y es la culminación histórica de un largo
proceso de convergencia -que el chavismo encuentra natural- entre el
militarismo político venezolano y el sistema político militarista por
antonomasia, el comunismo, el cual transforma a sus líderes en comandantes, a
las sociedades en ejércitos, a los ciudadanos en tropa, y consagra un estado de
guerra permanente.”
Y lo peor de todo es que esa construcción
militarista está estructurada en la Constitución de 1999. Boccanera nos confirma
en su artículo algunas de las razones por las cuales en ANCO creemos que es necesario
cambiar esta constitución inmediatamente: “Estas mafias militares son
intocables y han acumulado riqueza y poder no por abuso, sino por
designio supremo del estado chavista, cuya constitución de 1999,
eliminó el requisito de la autorización civil para los ascensos a oficiales
superiores y les otorgó el privilegio del antejuicio de mérito, eliminó la
prohibición del ejercicio simultáneo de la autoridad militar y civil, eliminó
el carácter apolítico y no deliberante de la institución militar, concedió a
los militares el derecho al sufragio, y lo más importante, estableció una
doctrina de seguridad de la nación y defensa integral, que debe regirse por el
principio de “corresponsabilidad entre el Estado y la sociedad civil”, el cual
debe ejercerse sobre “los ámbitos económico, social, político, cultural,
geográfico, ambiental y militar (Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, capítulo II de los principios de Seguridad de la Nación, art. 326)” (subrayado
nuestro).
De acuerdo a esto, las mafias militares abusan del
poder no porque pueden hacerlo por la fuerza, sino porque ¡están constitucionalmente
habilitadas para ello! ¿Cabría entonces esperar que algún oficial surgido de
esa misma superestructura distorsionada, especialmente construida por Chávez para
profundizar el Estado militarista en Venezuela, insurja para cambiar el estado
de cosas, con la finalidad de colocar al país en un camino donde impere el
poder civil y constitucional en el marco de un Estado de Derecho? Obviamente
que no.
Y eso es lo que sorprendentemente está esperando el
país y de lo que se aprovechan aquellos que trafican con la conspiración como
un negocio, tal y como lo describe Boccanera muy bien en su artículo. Y pensar
que todavía existen venezolanos que de buena fe rechazan una nueva
Constituyente precisamente para cambiar eso, en la creencia del mensaje miles
de veces repetido por el régimen de que esta es la mejor constitución del
mundo.
Sin embargo y para fortuna de todos, paradójicamente
la Constitución de 1999 funciona en dos sentidos opuestos, 1) garantizando la
permanencia de los militares en el gobierno, con un poder ilimitado que jamás ha
tenido grupo alguno en el pasado, como efectivamente se ha descrito; y 2) dejando
la puerta abierta para que el mismo pueblo, con su prerrogativa de
participación civil, ciudadana y constitucional cambie esa situación (Artículos
347, 348, 349 y 350 de la Constitución).
Dicho de esta manera, la situación militar descrita
como un designio fatal gravitando sobre la República solo puede ser abordada en
su condición ciudadana por el pueblo, no solamente pronunciándose civilmente en
contra de esa superestructura militar a través de una Consulta Popular, sino
convocándose para cambiarla en el marco de una nueva Asamblea Nacional
Constituyente de carácter Originario por iniciativa popular.
No podríamos esperar nunca, dadas las prerrogativas
constitucionales de las mafias militares, que una situación de secuestro de la
población sea resuelta por aquellos que la originaron. Si el pueblo no se
pronuncia y se levanta como un todo, logrando civilmente un cambio de lo que
fue distorsionado deliberadamente por “el designio supremo del estado
chavista”, no habrá ninguna modificación en el actual estado de cosas en
Venezuela. Así de grave e importante es la inmediata consideración de una
Consulta Popular por parte de la población.
Y de eso se trata dejar que
el pueblo venezolano decida. O el pueblo se pronuncia a favor de lo
ciudadano, o ya nos venció el militarismo…
Caracas,
4 de Abril de 2018
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana