Por Luis Manuel Aguana
Entre las reflexiones de fin de año que hice en referencia al Proyecto
País Venezuela (http://proyectopaisviaconstituyente.blogspot.com/)
hay una en especial que deseo compartir este año que comienza. ¿Recuerdan esos
carteles que ponen las librerías para indicar que no sacan fotocopias? O mejor
aún, aquel que ponen algunos kioscos de periódico para evitar contestar
preguntas: No vendemos tarjetas telefónicas. Y eso pasa porque es tan fácil
confundirse cuando uno va a sacar copias o buscar tarjetas para el celular, como
cuando nos preguntan cuál es la oferta política del Proyecto País Venezuela,
comparando la Constituyente que proponemos con lo que ofrecen los partidos políticos.
Por eso en el PPV debemos colocar un cartel grande que diga "No vendemos
políticos".
Los partidos son los que venden políticos. Reclutan militancia, y a veces-solo a veces-,
los forman en una ideología, luego los sacan a la calle a ver que hacen por el
partido, y finalmente, si son buenos, tratan de venderlos a los electores en
las carreras por los votos a ver quien se desenvuelve mejor. De allí, vuelta al
comienzo. Por supuesto, si pegan algún candidato, eso refuerza el objeto del
partido, creando solidez a su base de sustentación. Es un sistema que en
realidad funciona si quienes participan de él, no solo lo hacen a favor de la
población que representan, sino que sus ejecutorias verdaderamente representen
un cambio en la calidad de vida de la gente, y en términos generales, del país
entero. De eso se trata la representación popular.
Pero lamentablemente ese sistema dejo de funcionar. Para entender
mejor que es lo que intento decir con eso de que “el sistema dejó de
funcionar”, debo antes explicar que es lo que entiendo yo por “sistema” para
que todos estemos hablando y comprendiendo lo mismo.
Un sistema es un conjunto de unidades recíprocamente relacionadas,
unidas por alguna forma de interacción o interdependencia que realizan una
actividad para alcanzar un objetivo. Si consideramos a un automóvil como un
sistema de transporte, todas sus partes están interrelacionadas para producir un
resultado que no es otro que transportar a sus ocupantes de un sitio para otro.
Pero ese sistema está a su vez interrelacionado con un sistema mayor que lo
alimenta que hace que sea posible su funcionamiento.
Por ejemplo, en ese “sistema automóvil” es necesario que existan
bombas de gasolina, para que el motor de combustión que tiene pueda funcionar,
deben existir carreteras por donde este pueda desplazarse, estacionamientos
para poderlos guardar, mecánicos para poderlos reparar, y un sinfín de bienes y
servicios alrededor de ese sistema que llamamos “automóvil”. Incluso podríamos
pegarle a eso una escala mayor adicional como lo son los sistemas mundiales de
refinación para poder fabricar el combustible que usa el automóvil, que como
sabemos es un derivado del petróleo.
Si un solo componente de ese sistema cambia por cualquier razón, como
en efecto se está hablando ahora del cambio de los motores de combustión
interna por motores eléctricos para la salvaguarda del ambiente, entonces TODO
el sistema cambia y los sistemas asociados, desde la más baja escala, el
automóvil mismo, hasta la más alta, como por ejemplo la manera en que se le
dotará de la energía al automóvil para que pueda funcionar. Desaparecerían las
bombas de gasolina-y los empleos que produce-, toda la industria de partes y
piezas de motores de combustión interna desaparecería (motores, bombas de
gasolina, bujías, pistones, etc., etc., etc...) y todo aquello relacionado con
esa manera de hacer las cosas. Pero por otro lado nacería algo nuevo, otra
industria que girará alrededor de lo que llegó para poder hacer funcionar el
sistema.
Entonces, cuando hablamos que un sistema no funciona y debemos
cambiarlo por otro HAY CONSECUENCIAS en todo aquello que vivía relacionado con
la anterior manera de hacer las cosas. Hagamos ahora un ejercicio de
imaginación.
Supongamos que cambiamos el sistema de subsistencia financiera
regional establecido en la Constitución a través del Situado Constitucional
(Art.167) que indica “un máximo del 20% de los ingresos ordinarios estimados
anualmente por el Fisco Nacional” (que para el presupuesto 2014 fue de menos
del 16%) por un sistema que entregue por ejemplo un mínimo del 80% a los
Estados y Municipios y le quite el control de la chequera (la Hacienda Pública)
al Presidente de la República, dejando el gobierno central bajo el control de
un Parlamento, como ocurre en un sistema parlamentario. Eso sería como cambiar
el motor del actual sistema.
Aun cuando en la actualidad es competencia EXCLUSIVA de los Estados “dictar
su Constitución” (Art. 164.1), “y organizar sus Municipios y demás entidades
locales y su división político territorial…” (Art. 164.2), los partidos
políticos no se interesan por hacer eso en los Estados más allá de contar con
una presencia política obligada que les de sustento para hacer uso de los pocos
recursos regionales para sobrevivir. Allá no controlan los contratos de grandes
obras, ni pueden influir en las grandes decisiones de política y de inversión
pública. Eso se hace en Caracas y en Miraflores. Caracas no produce ni lo que
come pero se lleva constitucionalmente la administración de al menos el 80% de
los ingresos ordinarios estimados anualmente por el Fisco Nacional.
Es por eso que cualquiera que pueda dejar de vivir en el interior en
la primera oportunidad sale corriendo para Caracas, dejando su pueblo para ver
como se pone en algo en la capital. ¿Dónde creen que estaría el principal interés
político de los partidos? ¿En buscar controlar la Presidencia de la República y
los escaños de la Asamblea (como antes en el Congreso) o lograr el bienestar de
la gente con los escasos recursos en cada uno de los Estados? Respuesta obvia.
Y esa situación se ha repetido y repetido en nuestra historia
republicana. Solo vean las biografías de los Presidentes de la Republica y
revisen donde nacieron. Del siglo pasado al presente todos son del interior del
país (con la excepción de Gallegos), sin contar el actual que no es venezolano,
salvo que presente su Partida de Nacimiento. Con ese cambio en el incentivo
fundamental, la política se haría principalmente regional, no nacional y obviamente
el interés de los partidos y su dirigencia se volcaría hacia las regiones. Pero
eso no vendría solo.
Si los ciudadanos de un Estado saben que al elegir a alguien de su
propia localidad le están dando el poder para cambiar su calidad de vida,
porque tiene como hacerlo ya que sus
impuestos se quedan allí y son producidos por ellos mismos con el sudor de su
trabajo y lo administra alguien cercano, que no vive en Caracas sino en su
propia región, los administradores regionales deberían pensarlo muchas veces
para robárselo o malbaratarlo. La gente los iría a buscar muy cerca. Habría 24
Estados que tendrían la misma oportunidad y la movilidad laboral- y política-,
no se haría hacia Caracas sino hacia la región que lo haga mejor y produzca
mayor calidad de vida.
Cada Estado, en ese escenario, si podría con base cierta realizar una
Constituyente Regional y “dictar su Constitución” para establecer su propio
plan de desarrollo de acuerdo a sus potencialidades y comprometerse a producir
para su gente lo que mejor pueda producir, aportando un diezmo para el
mantenimiento de un gobierno Federal, por decir un ejemplo. Un Estado así si
podría organizar, como dice la Constitución actual, sus Municipios y demás
entidades locales conforme a ese plan de desarrollo, generando riqueza para su
región, organizándose adecuadamente para los fines de ese Estado.
Pero una consecuencia importante de ese cambio en el sistema sería que
los Diputados y los Senadores (porque también los habría) que sean electos en
los Estados conforme a esa nueva distribución del poder, no irían a un
Parlamento en Caracas para ocupar puestos para el partido que los puso allí, como
ahora, sino para exigir como representantes verdaderos de los ciudadanos de su Estado,
de acuerdo a lo que este sea capaz de generar, imponiendo un rumbo diferente al
poder central; que de acuerdo a ese nuevo estado de cosas, tendría que
someterse a la verdadera soberanía de un pueblo que produce. No podría actuar
más como un poder central repartidor y extorsionador de lo que pertenece a
todos los venezolanos, como ocurre ahora con con el actual sistema, sino como
un coordinador de regiones con poder y riqueza propias.
Pues bien, nuestro cartel en el Proyecto País Venezuela dirá “No
vendemos políticos”. Ese es el trabajo de los partidos. Nosotros estamos en una
cosa muy diferente. Estamos vendiéndoles a los venezolanos un nuevo sistema
político donde quepan nuevos partidos y los actuales se amolden a las
consecuencias que ese cambio traería. Cierro este ejercicio de la imaginación
sustentando que si le cambiamos la tecnología al motor político de Venezuela
eso traerá como consecuencia que el resto de los sistemas que viven de él cambien.
Cambiarían las formas y los protagonistas, así como la responsabilidad
ciudadana de exigir a los gobernantes. Tal vez esa sea la única manera de hacer
viable esa Venezuela sentada sobre una riqueza que precisamente no es petrolera…
Caracas, 6 de Enero de 2015
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana