Por Luis Manuel Aguana
Dedicado a la memoria de
Antonio Nicolás Briceño Braun, insigne grancolombiano
Esta era la situación política de la Gran
Colombia, en preludio a la separación de ambos países hermanos, relatada por el
Capitán de Fragata Luneau, de la marina de guerra francesa en su informe al
Ministro francés de la Marina. Luneau se encontraba en misión en las costas
venezolanas en diciembre de 1824, y que según Carlos A. Villanueva (1), “Es el
cuadro de la situación de Venezuela a
fines del año 24, pero, en verdad, el de toda la América española”:
“…En el
congreso, así como en toda la república, existen tres partidos perfectamente
definidos. El primero se compone de los que se conservan leales al antiguo
régimen, y cuyas filas se aumentan con celeridad, llenadas por el descontento
de los otros dos. Dicho partido desea volver a la dominación de España, pero
con modificaciones a las antiguas leyes. El segundo aspira a una república
federativa que diera, a cada departamento o provincia, el derecho a
administrase por sí mismo. El tercero quiere la república tal como existe
actualmente. Este último es el menos fuerte. Se asegura que los tres están
prontos a chocar, y por lo general se piensa que con un pequeño esfuerzo podría
recuperar España sus derechos sobre este país. Más para semejante cosa se
necesitaría el envío de personas de toda confianza y mucho más dinero que
soldados. Con oro se compraría a estos fieros republicanos, todos divididos
entre sí y queriendo independizarse los unos de los otros. Importaría enviar
especialmente a generales enemigos de crueldades, pues estos procedimientos,
por lo común empleados con exceso por los que
perdieron este vasto país, han contribuido más a la independencia de América
que la fuerza de las armas de los independientes.
Todos
los recursos se agotan cada día de más en más; los tesoros públicos son
dilapidados por los jefes, y, si a esto se une la mala administración que rige,
es imposible atender a los gastos no obstante los empréstitos cubiertos por
Inglaterra; el comercio es casi nulo: los almacenes están repletos de
mercaderías inglesas y americanas que no encuentran salida; por todas partes
solicitan las nuestras, preferidas siempre a las demás. Las producciones de la
tierra disminuyen de una manera alarmante a causa de la falta de brazos. Los
negros que se habían mantenido hasta ahora fieles a sus amos en cumplimiento de
una antigua costumbre, ahora los abandonan dejando las tierras incultas. Los
mismos frutos que pueden cosecharse han perdido la mitad de su valor por causa
de la baja sufrida en todos los mercados de Europa. El numerario ha
desaparecido completamente de la circulación causando la necesaria tirantez en
las transacciones. Por otra parte no se encuentra buena fe en nadie y los
comerciantes, por lo tanto, no trabajan sino con temor y desconfianza. Este
estado de cosas ha conducido al país entero a una extrema miseria. Yo he
quedado sorprendido del enorme cambio ocurrido en el transcurso de tres años, es
decir, desde mi primer viaje a estas costas…” (1)
No puedo menos que asombrarme con este
informe. Primero la situación de los partidos. Unos, los mayoritarios, ¡queriendo regresarse a España!,
los segundos pensando en una federación, compuesta por un lado por la Nueva
Granada y por el otro Venezuela, y la minoría, quienes apoyaban el proyecto
grancolombiano centralizado de El Libertador.
¡Cualquier venezolano común pensaría que la
cosa debió ser precisamente lo contrario! Después de tanta sangre derramada en
una guerra encarnizada de independencia, este observador detecta que en ese
momento no era necesario que los españoles enviaran soldados para recuperar los
territorios liberados, ¡sino alguien con el suficiente oro para comprar a los
generales! La corrupción de los jefes era rampante, como ahora. Y la situación
económica ni se diga. En aquel entonces no existía el concepto económico de la hiperinflación,
pero definitivamente sus efectos fueron los mismos: destrucción de la base
productiva y monetaria, desaparición de la mano de obra, escasez de efectivo,
desconfianza del comercio, en resumen, miseria para el pueblo.
Siendo esa la situación política de la Gran
Colombia a tres años de la Constitución del Congreso de Cúcuta de 1821, ¿aprendimos
algo de esta experiencia histórica? Los pueblos que desconocen su historia
están condenados a repetirla. Los procesos políticos que están discurriendo en
diciembre de 2019 en Venezuela, y cuyos efectos se parecen notablemente a los
vividos en diciembre de 1824 (conservando las distancias), ¡hace 195 años!, desatan
consecuencias irreversibles de una magnitud inimaginable, como las que se
desataron en esa época y cuyo primer resultado fue la destrucción de la obra insigne
del Libertador, la Gran Colombia..
En este punto formularé aquí una proposición:
nos encontramos en un problema de proporciones, semejante al que terminó con la
separación de Venezuela de la Gran Colombia. Un problema de un tamaño tan descomunal
que requiere, sin exagerar, de un genio como el del Libertador. En
consecuencia, el problema no es solo de los venezolanos, sino también de los
colombianos. Y voy más allá: se ha dicho en Colombia que hasta que se resuelva
el problema de Venezuela no se resuelve el problema en Colombia. Y es verdad.
Lo que no se ha dicho –hasta ahora- es que la solución la debemos formular CONJUNTAMENTE
y entre ambos realizar lo que sea necesario para desmontar la mafia
delincuencial y terrorista que abate a ambas naciones. Si eso les parece
imposible, sigan leyendo.
Esta estrategia conjunta debe ir mucho más
allá de expulsar a los narco-delincuentes y terroristas del poder en Venezuela.
Eso solo sería el comienzo, aunque sea muy difícil llegar a él. Deberá
incorporar una solución que implique el Desarrollo Sustentable conjunto
colombo-venezolano como un problema de Estado, como si aún estuviéramos unidos en
la Gran Colombia. Tomamos las palabras del novelista mexicano Carlos Fuentes, a
raíz de los atentados de Londres el 7 de julio de 2005 y citadas por Manuel
Rodríguez Becerra, ex Ministro de Medio Ambiente de Colombia: “se requiere
expulsar el terrorismo de sus nidos mediante el desarrollo. Donde hay mejores
niveles de vida, educación y salud, donde los ciudadanos sienten que son
accionistas del progreso y la libertad, el terrorismo no encuentra suelo
fértil…” (2).
Es por eso que la solución debe ser conjunta.
Nada de lo que hagamos en Venezuela unilateralmente, como el tristemente
célebre mantra de los tres pasos, funcionará sin esa condición porque ambos
países nunca viviremos en paz. Debemos pensar en grande como pensó Bolívar. A
partir de ahora el liderazgo político debería mirar este problema desde una
perspectiva magnificada, como no se pudo percibir cuando ocurrieron los
acontecimientos históricos de finales de la década de 1820 y comienzos de 1830.
Ese es el tamaño del problema que ambas naciones tenemos, por lo que su
solución deberá tener la misma proporción. ¡Una solución grancolombiana! Y esa
solución sería el primer paso para resarcirle al Libertador el clamor de la
unión de su última proclama, y una manera de reencontrarnos en la historia con su
sueño de ver a nuestros pueblos unidos…
Caracas, 19 de Diciembre de 2019
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana
(1) Carlos
A. Villanueva, La Monarquía en América, El Imperio de los Andes, Págs. 12, 15-17,
Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas, Librería Paul Ollendorff, 50,
Chaussée D’antin, 50, Paris 1913.
(2) Arnoldo
José Gabaldón, Desarrollo Sustentable, La Salida de América Latina. Prólogo de Manuel
Rodríguez Becerra, Ed. Grijalbo, Caracas 2006, ISBN 980-293-344-9