sábado, 18 de febrero de 2017

Política, Ciudadanía y Constitución

Por Luis Manuel Aguana

¿En qué momento se separó la política de los ciudadanos? O tal vez la pregunta debería ser, ¿en qué momento la ciudadanía se distanció tanto de la política al punto que ésta dejo de ser, literalmente hablando, la relación entre la ciudad y el hombre, como indicaba Aristóteles? En la respuesta a esa pregunta posiblemente radique el porqué en Venezuela no existan “ciudadanos” tal y como se les conoce en otras partes, a las personas que ejercen unos derechos concebidos en términos políticos y se subroguen a unos deberes para con la ciudad donde viven y el país en general.

La política en Venezuela es concebida como una actividad conducida por los partidos políticos que electoralmente buscan el Poder. No es percibida como una actividad del ciudadano, quien consciente de su vida en comunidad y de su responsabilidad cívica en las ciudades, debe buscar la mejora permanente de su calidad de vida y la de aquellos que conviven con él. En Venezuela existen personas que viven juntas en las ciudades pero no como ciudadanos, sino como habitantes. Esa es la razón fundamental por la cual la actividad política no se corresponde con una actividad ciudadana, de manera que esta se vuelque en beneficio de la sociedad en su conjunto. ¿Cómo hacer para lograr que los habitantes de las ciudades en Venezuela se conviertan en ciudadanos? O mejor dicho, ¿cómo construimos ciudadanía?

Una vez alcanzada la liberación del territorio que ahora lleva el nombre de Bolivia, El Libertador, consciente que el esfuerzo de la libertad era inútil sin educación, envió a su propio maestro, Don Simón Rodríguez, para organizarla en esa nueva República. Lamentablemente esta labor no pudo ser llevada a cabo, al pasarle a Simón Rodríguez lo mismo que siempre les pasa a todos aquellos que piensan muy adelantados a su tiempo: no fue comprendido.

El Maestro Rodríguez sostenía una tesis, a mi juicio muy avanzada tanto para su época como para la nuestra, según la cual es una contradicción desear Repúblicas sin  republicanos. ¿Y cómo se resolvía eso, de acuerdo a Simón Rodríguez? De la única manera que hay: formándolos en las escuelas para que las Republicas que estaban naciendo y obteniendo su libertad de la espada de sus soldados, se pudieran sostener. De acuerdo al Maestro, la materia más importante de esa formación debía ser “la sociabilidad”. Esa materia en términos modernos se llamaría “ciudadanía”.

Decía el Maestro Rodríguez citado por Arturo Uslar Pietri: “el que nada sabe, cualquiera lo engaña, el que nada tiene, cualquiera lo compra”. En las múltiples enseñanzas que Uslar Pietri nos legó, afirmaba que en esta tesis de Simón Rodríguez, “se trataba de enseñar para que nadie pudiera engañar a otro y de darle una base productiva para que nadie pudiera comprarlo, para que fuera un ciudadano” (ver Arturo Uslar Pietri, Serie en video “Simón Rodríguez” en Youtube, Partes 1, 2, y 3: https://youtu.be/uKEE7qCOox4, https://youtu.be/9AgJbztyRgY, https://youtu.be/2ExSCFfHMe4). De acuerdo a esa enseñanza, una primera aproximación conceptual del ciudadano sería aquel que no puede ser engañado porque tiene una educación, ni tampoco puede ser comprado porque tiene una base productiva que lo impediría, basada en esa misma educación. Paradójicamente, si en el siglo XIX un planteamiento como ese pudo haber sido ambicioso y fracasar, deberíamos preguntarnos porque todavía fracasa en pleno siglo XXI.

Debemos entonces crear el sustrato necesario para que nazcan y se desarrollen aquellos que deben realmente hacer la política: los ciudadanos. Si esto no es así, quienes terminarán haciéndola serán los aventureros y los oportunistas, individuos sin arraigo alguno con la ciudad y el país, quienes buscaran alcanzar el Poder para su propio beneficio. No en vano los resultados catastróficos que hemos tenido de las gestiones de gobierno en todos los niveles: nacional, estadal y municipal, durante los casi 60 años desde 1958.

¿Se puede civilizar la política? Esto es, ¿se puede hacer que quienes hagan la política sean los ciudadanos? Yo creo que si es posible. A más de dos siglos de haber fracasado el Maestro Rodríguez en su intento de crear ciudadanos en Bolivia, aun pretendemos hacer Repúblicas sin republicanos. Salvo honrosas excepciones, quienes han ocupado las principales posiciones en Venezuela han desestimado esa preocupación del Libertador al enviar a su maestro a Bolivia.

Es imposible someter a un pueblo culto consciente de sus derechos. Por esa razón los países con indicadores altos en materia educativa disponen de gobiernos respetuosos de los derechos humanos con altos grados de desarrollo social y económico.

Si la base de nuestro Pacto Social fundamental, la Constitución, está estructurada de forma tal que sea el Estado quien distribuya (el Estado benefactor), quien decida cuanto y en qué forma darle a los ciudadanos su parte del reparto de la renta del país, conceptualmente estamos partiendo del modo equivocado. Eso nos condiciona en el Pacto a que hay alguien que da y otro que recibe, independientemente de las porciones que se repartan. Ese esquema condiciona y genera de por si la lucha por el poder de quienes buscan repartir en su propio beneficio.

No se plantea en la Constitución que son los ciudadanos los que deben trabajar para el sostenimiento de las Instituciones del Estado. No existe la capacidad ciudadana para manejar los impuestos y la discrecionalidad política, administrativa y financiera necesaria para resolver su diario vivir y su calidad de vida.

Al no ser eso así, queda en las manos de quien reparte proveer el bienestar ciudadano, y de allí comienza la feroz lucha de los factores políticos para alcanzar las posiciones de Poder que les permitan ejercer la administración del Estado, pervirtiendo el objeto fundamental de su propia razón de ser, que no es otro que el de proveer bienestar y calidad de vida a los ciudadanos, generando corrupción y elites corruptas.

El Municipio, unidad básica y fundamental del territorio que reúne bajo su seno a las comunidades agrupadas en ciudades, en la actualidad dependen para sus necesidades más elementales del auxilio financiero del Estado. La organización que nos hemos dado a través de ese Pacto Social, desde hace varias Constituciones aún reparte la renta del país hasta en un 20% a todos los Estados y Municipios, a través de una figura jurídica denominada Situado Constitucional (Artículo 167.4 Constitucional). De ese 20%, los Municipios han recibido históricamente a su vez un 20%, quedándole al Estado regional el 80% restante de ese 20%. Es un Pacto absurdo donde los ciudadanos reciben la menor parte y solo gana quien reparte, que se queda con el 80%.

En otras palabras, el Municipio, el lugar donde viven las personas, donde desarrollan sus actividades, su trabajo, su recreación, se educan y conviven, recibe la parte más ínfima en el reparto, quedando al arbitrio de una entidad superior, “El Estado”, la buena o mala administración de la parte más grande. Los impuestos nacionales como el IVA, no se regresan a ellos en la misma proporción, así como tampoco los impuestos de transacciones inmobiliarias, y aquellos provenientes de los registros y notaría de documentos. De esta manera, en ninguna parte de Venezuela los ciudadanos disfrutan de los impuestos que ellos mismos generan, quedando estos a la discrecionalidad de quien conduzca el Estado, y de su buena o mala administración, y no de los ciudadanos que los producen. Eso no ocurre en ningún lugar del mundo.

¿Puede ser ese un esquema viable? ¿Cómo pueden las personas consustanciarse con sus problemas y sus soluciones en las ciudades cuando no está en ellas el poder resolverlos? ¿Qué interés puede tener? En pocas palabras, ¿cómo puede alguien ejercer su ciudadanía, si de entrada esta cercenada su capacidad de ejercerla? El sistema que tenemos no está diseñado para hacer ciudadanos sino habitantes, o peor aún, borregos sin criterio que deben ser conducidos al matadero de quien tiene el poder.

Tenemos entonces ciudades repletas de personas -habitantes- esperando que “alguien” resuelva que las calles están rotas, que llegue el agua, que funcione el servicio eléctrico, que haya trabajo, y pare usted de contar. Con las complejidades de hoy, los problemas se han multiplicado exponencialmente y es imposible para pocas personas, aun teniendo los recursos, poder administrarlos eficiente y oportunamente para las grandes mayorías. Y cuando los recursos son escasos esa tarea es virtualmente imposible.

Entonces debemos empezar por el principio: volver al ciudadano. Plantearnos que un sistema que se base en que alguien lejos del propio ciudadano pueda resolver los problemas y necesidades mejor que aquellos que habitan en sus propias comunidades, es un sistema que debe ser sustituido por otro que efectivamente esté consustanciado con los problemas de la gente. Pero que ese nuevo sistema le entregue no solo el poder político sino también los recursos y las responsabilidades, a fin de que las comunidades puedan hacer contraloría y seguimiento cercano.

Para cambiar esa relación tóxica que tenemos en la actualidad entre el Estado y la sociedad debemos discutir de nuevo los términos de ese Pacto constitucional. No es el Estado el que debe “darle” a los ciudadanos, son los ciudadanos los que deben ejercer sus derechos al asumir a conciencia su responsabilidad de conducir el Estado en todos sus niveles. Y en ese Pacto establecer su plena autonomía para hacerlos efectivos.

En palabras más sencillas, los ciudadanos no necesitan que la Constitución diga, por ejemplo, que los Estados y Municipios tienen el derecho de recibir un Situado Constitucional de X porcentaje de parte de un Estado benefactor, sino que diga que sus administradores tienen el deber, el derecho y la responsabilidad de cobrar los impuestos en todos los órdenes que correspondan y la obligación de administrarlos y ejecutarlos a favor de los ciudadanos en las comunidades donde se producen. Y que los ciudadanos de esas comunidades tienen el derecho y el deber de realizar la contraloría ciudadana necesaria para controlar que efectivamente eso ocurra. La vieja máxima de no dar un pescado sino enseñar a pescar. Esa es la manera más antigua y elemental de crear responsabilidad ciudadana.

Y dadas esas atribuciones constitucionales, entregarles asimismo la responsabilidad de velar por la salud, seguridad, infraestructura, etc., que hasta ahora detenta el Estado centralizadamente por construcción constitucional. Romper constitucionalmente con la forma de Estado centralizada en los hechos, entregando a los Estados y Municipios la autoridad y el derecho de administrar los recursos del país que hasta este momento detenta un solo administrador: el Poder Ejecutivo a cuya cabeza está el Presidente de la República.

El lugar por excelencia para discutir ese nuevo estado de cosas y debatir un nuevo Pacto Social constitucional, político y ciudadano se denomina Asamblea Nacional Constituyente. Nos encontramos convocando ahora ese nuevo Pacto para las nuevas generaciones, y eso pasa por la redefinición del papel del ciudadano en la política y a su vez por la redefinición del papel del Estado en esta nueva ecuación social. De los ciudadanos depende cambiarlo e imponerlo como una nueva forma de cultura ciudadana de concebir la política en el país, dejando a un lado de una vez y para siempre, la separación y el enfrentamiento de la política con la ciudadanía, entre otras cosas porque al finalizar este sueño, la política será la obra perfecta de los ciudadanos.

Caracas, 18 de Febrero de 2017

Twitter:@laguana

domingo, 12 de febrero de 2017

Verdades evidentes

Por Luis Manuel Aguana

Todo el mundo tiene el derecho a tener una opinión y sostener su propia verdad. Y en todo sistema que se diga democrático esa opinión debe ser respetada, aun cuando difiera de la tuya. Pero, ¿qué es lo que hace que una opinión prevalezca sobre la otra y se convierta en verdad? O preguntado de otra manera ¿Qué es lo que hace que algo que sabemos que no es verdad prevalezca sobre cualquier otra cosa?

Cuando Galileo Galilei se enfrenta a la inquisición romana porque había probado matemáticamente que lo que hasta ese momento el mundo consideraba la verdad, la Iglesia lo calló a la fuerza y le obligó a retractarse so pena de prisión perpetua. En este caso la verdad conveniente fue impuesta por la fuerza, y la verdad objetiva fue ocultada. Eso es lo que hace que las verdades permanezcan ocultas o fuera del alcance de la gente.

Algunas opiniones indican que no tenemos el derecho de convocar al Poder Constituyente Originario sin la intervención de los poderes constituidos, o que ellos nos impedirán convocarlo. Que hasta Chávez que fue un tirano, tuvo que solicitar el dictamen de la antigua Corte Suprema de Justicia para hacerlo. Chávez tuvo claramente que solicitarlo porque convocar al pueblo en Constituyente no estaba previsto en la Constitución de 1961.

Nosotros argumentamos que se puede convocar, porque ahora si está en el Artículo 348 de la Constitución de 1999, a nuestra voluntad expresa, incluso por encima de las reglamentaciones CNE porque tenemos el derecho de hacerlo. La Constitución de 1999 establece el principio de la participación ciudadana en los asuntos que le competen, a diferencia de la anterior que garantizaba el principio de la representación. En otras palabras, podemos meter nuestra cuchara en la sopa del gobierno si consideramos que lo están haciendo mal.

Nuestro fundamento no está en que Chávez lo hizo utilizando al Poder Constituido de 1999 con una sentencia que le dio la luz verde, sino que su accionar quedó establecido por el Constituyente de ese entonces en la actual Constitución. Si Chávez podía hacer lo que hizo o no, no es lo que está en discusión. Eso es materia de académicos. Lo que quedó escrito en la Constitución es nuestro fundamento. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién tiene la verdad objetiva? La historia nos dice que existen verdades que se hacen objetivas por ser evidentes. Veamos:

Hace pocos años unos profesores de derecho me insistían que no podíamos pasar por encima de la norma del CNE ni de los Poderes Constituidos para realizar este proceso, en otras palabras, del “establishment” legal para llamar al constituyente (ver  Principios Constituyentes
http://ticsddhh.blogspot.com/2014/09/principios-constituyentes.html). En ese momento me hice, y todavía me hago estas preguntas: ¿Cómo podríamos aceptar como buena la normativa del CNE, no solo para elegir una Constituyente sino para elegir a cualquier autoridad en nuestro país? ¿Cómo todavía se nos argumenta en contra de convocar al Soberano depositario de la Soberanía pensando que vamos a subrogar su manifestación de voluntad a órganos pervertidos? La nuestra es una lucha de y por principios fundamentales.

Siempre me he dicho que los profesionales del Derecho (en su conjunto, porque hay extraordinarias excepciones) deberían ser los primeros en alinearse a favor de esta lucha por el restablecimiento de la legalidad en el país. Son ellos los que más están sufriendo porque todos los principios y valores sobre los que se sustenta lo que está escrito en la ley y la Constitución –el Derecho- está siendo vejado y pisoteado por un régimen castrador de libertades, impidiendo el ejercicio libre y correcto de su profesión. ¡Por supuesto que el régimen no permitirá que el Poder Constituyente Originario– esto es la voluntad de todos los venezolanos- se imponga sobre quienes han montado su bota sobre el cuello de la gente! Y precisamente están usando para eso todo lo que sale de los Poderes Constituidos, absolutamente secuestrados por ellos, en particular la principal sede del Derecho que es el Tribunal Supremo de Justicia.

¿En cuál principio fundamental se sostiene el edificio sobre el cual construimos nuestra propuesta Constituyente? En que nosotros, la mayoría de los venezolanos, decidimos y nos convocamos espontáneamente para contarnos y convocar al Constituyente, dándonos nuestras propias reglas por encima de cualquier Poder Constituido, como el que ahora tenemos, que se ha negado a contarse pacifica y constitucionalmente, para cambiar el gravísimo estado de cosas en nuestro país. Y cualquier iniciativa de cualquier grupo de venezolanos que se una en una idea para realizarlo tiene el perfecto derecho de hacerlo porque así está establecido en la Constitución.

Si no logramos convencer a nadie, obviamente que no podremos convocar un cambio en el actual estado de cosas. Grave sería que no lo intentemos a pesar de aquellos que sumergiéndose en una crítica destructiva, en lugar de aportar ideas constructivas para el cambio, o al menos para mejorar las de aquellos que las tienen, se sientan en una acera a criticar sin indicar como se puede lograr. Es muy difícil tener ideas y muy fácil entrar en derrotismo. ¡Pensar duele! Por eso decidimos que a quienes tenemos que convencer es a la gente, porque son ellos los dolientes finales de su propio país. Eso forma parte de las luchas que se han dado en el pasado alrededor del mundo y que han costado mucha sangre en las guerras de independencia.

Reseño de nuevo como lo hice en mi nota arriba señalada, el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: Sostenemos que estas verdades son evidentes  en sí mismas. Que todos los  hombres son creados iguales. Que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables; Que entre estos derechos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda  de la felicidad  y que para asegurar  esos derechos,  los hombres instituyen gobiernos entre ellos, los cuales  derivan sus poderes  de los ciudadanos. (Subrayado nuestro)

Y como dijo José Piñera, ex ministro chileno citado en mi nota del 2014, “Bueno, en este párrafo está el principio básico de la democracia”. De allí se desprende que los poderes de los gobiernos derivan de sus ciudadanos. De nosotros. Y de nuevo, esa teoría está contenida en el Artículo 347 de la Constitución venezolana. Ese es nuestro argumento fundamental, lo que está escrito allí, no lo que se escribió en una sentencia en 1999. Lo que hemos hecho en la Alianza Nacional Constituyente es ponerle letra y música a ese derecho en un documento llamado Bases Constituyentes, porque esas verdades no necesitan de prueba ni de interpretación jurídica de ninguna naturaleza, como lo indicara Thomas Jefferson en su Declaración de Independencia, al llamarlas verdades evidentes en sí mismas.

Entonces este proceso constituyente, haciendo uso en su esencia plena de esas verdades evidentes, se constituye en una Insurrección Civil Constitucional (ver http://ticsddhh.blogspot.com/2017/02/insurreccion-civil-constitucional.html) en su más pura esencia, porque nos convoca a todos a desconocer en la práctica a “cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Y eso, mis queridos amigos –que se entienda de una vez- no es más que poner en la práctica el último artículo de nuestra Constitución…

Caracas, 12 de Febrero de 2017

Twitter:@laguana