Valencia, 1ro. de Mayo de 1826 (1)
Mi muy estimado amigo:
Véame marchando impelido de las circunstancias y siguiendo
el raro destino que la suerte me ha preparado: hasta el día de ayer fui el
hombre más obediente del gobierno de Bogotá; recibí el decreto en que el Senado
admitió la acusación contra mí; y la Orden del Poder Ejecutivo para entregar el
mando al General Escalona: todo lo obedecí, se comunicaron las órdenes para el
reconocimiento del nuevo Jefe y yo quedé entregado a mis negocios privados,
tratando de arreglar mi viaje a Bogotá y preparar las piezas justificativas de
mi defensa que en concepto de algunos letrados podría hacer brillante y
convincente.
Este era yo; el pueblo por su parte no estaba tranquilo, se había
reunido dos veces en la Municipalidad manifestando que yo era la única persona
en quien tenía confianza para la defensa exterior, orden y tranquilidad
interior; sus tentativas se habían frustrado y dentro de la población parecía
haberse serenado toda idea de conmoción; sin
embargo la noche del 29 se presentaron varias partidas por los montes e
inmediaciones de esta ciudad que hicieron algunos robos, mataron dos hombres e
hirieron a uno: todos tres fueron traídos a la plaza; ante este espectáculo
horroroso, cada ciudadano creyó que su cabeza estaba amenazada y sus bienes
iban a ser arrancados de sus manos, que había faltado a la seguridad pública;
entonces se reunió de nuevo un pueblo numeroso en la Municipalidad con resolución
de no volver a sus casas mientras yo no estuviese repuesto en el mando militar.
La Municipalidad, reunida, convocó al Sr. Gobernador, quien
impuesto de la solicitud del pueblo, protestó, y cada palabra era sofocada por
los vivas y aclamaciones de mi nombre; a que se agregó que una partida de más
de 200 paisanos vino a mi casa, me tomaron en los hombros, me llevaron a la
Sala Capitular y me pidieron que tomase el mando de las armas; mi corazón
conmovido vacilaba algunos instantes entre la obediencia y la gratitud.
La Municipalidad disolvió mis dudas; y después de haber el
señor Gobernador manifestado cuanto le fue posible en aquel acto, votó
manifestando que el impulso general de un pueblo era irresistible, que las
calamidades eran ciertas, que no había tranquilidad ni seguridad, y que yo
debía ceder a las súplicas y demostraciones de un pueblo que daba la prueba más
sincera y espontánea de su elección y que buscaba por este medio su propia
conservación: solo faltaba yo para completar esta escena ¿Qué podía hacer?
Dígamelo Ud. desde el fondo de su corazón. El pueblo me carga y me impulsa, me
representa males que yo he visto y me encarga de su bienestar.
El hombre no es dueño de sí mismo en estos instantes y
consideré que por un deber mal entendido iba a exponer a estos pueblos a
calamidades todavía mayores que las que podían resultar con mi deferencia a su
voluntad; acepté el mando, y al aceptarlo juré sostenerlo hasta que un mejor
arreglo de cosas nos prepare instituciones más ventajosas; juré que ninguno
ofenderá al pueblo de Valencia, que así me arrancaba de las manos de mis
enemigos, sin que antes pasase sobre mi cadáver; desenvainé la espada y véame
Ud. desobediente con violencia de mis sentimientos.
El hombre público no es suyo, ni nada es cierto en
revoluciones sino lo que ya está hecho. En las manos de Ud. está cortar los
males de una guerra civil que puede originarse. Bogotá nos ha mandado una
revolución envuelta en un pedazo de papel, y Ud. sabe baxo de quantos colores y
pretextos puede hacerse en Venezuela; -con su sabiduría, prudencia y
discreción, puede remediarse todo; este es el lance más crítico, y Ud. puede
ser Aurora de la Paz; si Ud. cede yo me pondré inmediatamente en comunicación:
Ud. será mi padre, mi consultor, mi Director, y, sobre todo, mi mejor amigo; yo
le ofrezco mi corazón en prenda de esta oferta sincera, le protesto seguir el
plan que forme una reunión de Uds. que sea capaz de conciliar nuestros derechos
y garantías; no es la ambición de César, ni la venganza de Coriolano lo que ha
puesto la espada en mi mano, sino el impulso de una voluntad común, o más bien,
el conocimiento en que todos están de la negra política y de los grandes
defectos de la administración.
Haga Ud. por su parte
que no comience a derramarse la sangre de Venezuela. Tales son mis votos
sinceros; pero también le aseguro que he hecho la resolución más firme de que
mis enemigos me encuentren en el campo de batalla. Puerto Cabello y el Castillo
han seguido la misma empresa que esta ciudad. Los Valles de Aragua y todos los
pueblos vecinos están ya en movimiento y en armas; sería para mí lo más
doloroso si llegara el momento extremo en que me viera en la necesidad de hacer
uso de ellas. Yo no lo quiero ni lo deseo; en las manos de Ud., de mis amigos
de esa ciudad, de los prudentes y de los sabios pongo su suerte; pero yo creo
que el partido que deba tomarse no es dudoso. Ayúdeme Ud., Señor, a promover el
bien y perfeccionar esta obra con el menos costo posible.
Soy sinceramente de Ud., su af.mo amigo
Q.B.S.M.
José Ant.o Páez
Al Intendente Cristóval
Mendoza
Etc., etc., etc.
Anotaciones en la carta:
(1) Carta tomada del libro de Carlos A. Villanueva, La Monarquía en América, El Imperio de los
Andes, Págs. 22-25, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas, Librería
Paul Ollendorff, 50, Chaussée D’antin, 50, Paris 1913. Transcrita de los
Archivos del Gobierno inglés, Foreign Office, Colombia, 1826, No. 35 – Copia transmitida
por el Consul Ker Porter a Mr. Canning. La inserción que se hace en la
colección de O’leary- Documentos, XXIV, 135, - tiene algunas variantes con la
copia de Ken Porter, quien debió tenerla del mismo Mendoza.