Imagen resumen de la nota cortesía de AI Google Gemini
Por Luis Manuel Aguana
Antes que nada, una aclaratoria previa para que no saquen conclusiones equivocadas respecto a la presente nota: en el transcurso de los años de esta lucha desigual, creo que he dejado constancia por escrito de mi más profundo deseo de que la tragedia venezolana del régimen castro-chavista-madurista se acabe a la brevedad posible -y por la vía más expedita- para que los venezolanos retomemos nuestra vida como una vez la conocimos, de tolerancia política, para comenzar a reconstruir el país.
Y realmente, después de tantos años, no sé si eso ya sea posible. Han pasado demasiadas cosas inverosímiles en el país que apuntan a que el panorama cambie de un momento a otro, a pesar de cualquier pronóstico favorable. Esa ha sido la experiencia que todos los venezolanos hemos vivido, y razón por la cual aquí nadie se engaña en esto.
Vivimos momentos cercanos para ponerle fin al régimen, que no voy a recordar ahora, pero que todos conocen, donde con la ayuda -por acción, omisión o torpeza- de la oposición, el régimen aprovechó para atornillarse hasta el día de hoy. Esos momentos causaron muertes, persecuciones y encarcelamientos que aún son una herida abierta y sangrante que causa muchísima rabia y dolor en las familias y compañeros de lucha que los vivieron, de cada uno de sus protagonistas.
Ese es el mejor contexto donde cualquier narrativa, mensaje, o discurso prometedor de CUALQUIER líder político que apunte a que esto se acabará mañana, aun sin decir de qué manera ni cómo será, se posiciona positivamente en la mente de la gente, despertando la esperanza de cualquiera.
Y cuando alguien pregunta, ¿y en qué cosa se basan para respaldar tal esperanza? Esto es, más allá del discurso y las medidas que se están tomando fuera del país en contra del desgobierno del régimen y sus protagonistas principales. La respuesta que se da, palabras más palabras, palabras menos, es que “el régimen se está quebrando y que muy pronto, los EEUU y fuerzas internas del país”, en atención a que “ya Maduro no es Presidente, sino el jefe del Cártel de los Soles”, lograrán que el régimen caiga, retornando así la democracia y la libertad a Venezuela. En consecuencia, lo que hay que hacer aquí es prepararnos para esperar esa eventualidad.
Lamentablemente, soy escéptico a ese discurso y, según el río mediático opositor, uno de los pocos que no lo compra. Sin embargo, ¡ojalá así sea! Cualquier venezolano, incluyéndome, quisiera que eso pasara. Pero la experiencia, los años, lo poco o mucho que he llegado a conocer de la política y los políticos venezolanos, me indican que eso no es más que una aspiración y buenos deseos de quienes ahora conducen la oposición venezolana, basados quizá en promesas exteriores que pueden variar de la noche a la mañana, así como cambia el humor de quien ahora es Presidente de los EEUU. Así de frágil es esa promesa de la que hoy se aferra el comando opositor, generando esa expectativa en los venezolanos.
Y ¡ojo!, no es pesimismo. Es el monitoreo constante de la situación política venezolana que indica que si bien los EEUU consideran ahora formalmente al régimen de Nicolás Maduro Moros como terrorista y sus integrantes como jefes del Cártel de los Soles, aún respetan las formas y negocian con ellos cuando lo consideran conveniente, como lo hicieron en el caso del intercambio de prisioneros y el reinicio de las operaciones petroleras de Chevron en Venezuela.
Pero aun cuando esas negociaciones ocurrieron antes de la declaración formal de Maduro y su banda como terrorista, claramente el gobierno de Trump estaba en conocimiento de esa condición del régimen venezolano. Entonces, ¿por qué negociar con ellos si existe un plan para salir del régimen en el cortísimo plazo y existirá un nuevo gobierno democrático respetuoso de las leyes? Piensen en eso…
Entonces, basado en esta apreciación del momento político, llego de nuevo a la conclusión lamentable, ya expresada en anteriores notas, de que nadie vendrá a “rescatarnos”. Eso es algo que nos corresponde hacer a nosotros mismos, así a algunos les parezca desagradable la opción de tener que “mojarse el rabo para comer cachama”, como dicen en Guayana.
Pero en este punto es inevitable tener que escoger la manera en que deseamos resolver el problema, si pacíficamente o violentamente. Muchos han dicho que no podemos hacerlo violentamente porque no tenemos la fuerza de las armas del régimen, y eso es verdad. Aunque siempre han existido fórmulas militares que resuelven esa disparidad de fuerzas, como lo demostraron por ejemplo Vietnam, Chipre, India e Israel en los momentos de su historia donde lucharon y salieron victoriosas fuerzas en supuesta desventaja, soy un convencido que siempre es posible llegar a acuerdos en paz, porque la opción violenta es muchísimo más costosa para todo el mundo.
Dicho lo anterior, debo hacer una acotación al llamado a la clandestinidad realizado por la dirigencia opositora. No existe tal cosa como una lucha clandestina pacífica. Si alguien se esconde, es porque espera violencia de alguna naturaleza de quienes lo persiguen. Y, por lo general, la intención es devolver el golpe resistiendo, porque si no es así, no tendría ningún sentido porque los golpes vendrían solo del lado del que persigue. Y no es que esa no sea una manera de lucha válida en contra de un régimen que ha perseguido, torturado y asesinado personas. Pero la sola decisión de hacerlo implica que la lucha dejó de ser pacífica y se rige según las reglas que este camino genera.
Significa entonces que se cierra la puerta a una solución pacífica del conflicto y las estrategias deberán ir dirigidas a hacer por lo menos el mismo daño que el régimen ha generado, con las consecuencias consiguientes, que no solo repercutirán en quienes la iniciaron sino en el resto de la población. Ese conflicto no tiene lapso establecido y solo es sostenible si la población en su conjunto así lo desea.
La violencia interna implica cambiar la percepción de seguridad en el país, no solo la del régimen, sino la de toda la población. Eso es lo que significa entrar en una vorágine de violencia destructiva. Implica un grado de destrucción material en el país imposible de cuantificar, sin contar las pérdidas humanas. Es lo que ocurre cuando se inicia un conflicto, porque una parte lleva irremediablemente a la otra hacia eso.
La violencia no tiene vuelta atrás, tanto para las personas que la emprenden como para el país, y no tiene, como en los casos mencionados en la historia, ninguna garantía de éxito, ni tiempo para conseguirlo. En todos los casos, siempre hay que darle hasta el último momento una oportunidad a la paz, así sea remota, pero planteando un proceso claro para llegar a ella antes que sea inevitable el conflicto. Porque a eso nos está empujando el régimen al intentar cambiar con una Reforma in-Constitucional las reglas del juego que nos dimos desde la primera mitad del siglo pasado.
Al plantearle al país una negociación entre las partes en conflicto, con la intermediación de la Comunidad Internacional, donde no se discutan las posiciones de cada parte sino los términos de una Convocatoria del pueblo para que sea el dueño de la soberanía el que decida qué hacer con el país, en una Asamblea Nacional Constituyente, como está perfectamente previsto en la Constitución, esta Asamblea estaría actuando como la CAUSA que resolvería el conflicto pacíficamente entre las partes, que deberían comprometerse a respetar el veredicto del pueblo. Esto es lo que en ANCO llamamos Negociación Constituyente.
En esa negociación se define como se lograría la imparcialidad del mecanismo electoral a aplicar para la elección de Constituyentes, así como los términos de la convocatoria del pueblo, y de una transición pacífica a un gobierno intermedio hasta la convocatoria a nuevas elecciones después de elaborar un nuevo Pacto Social.
Es claro que en una negociación las partes ceden hasta llegar acuerdos. Y ustedes me preguntarán, ¿y por qué el régimen estaría interesado en negociar una propuesta como esa? Porque no son homogéneos. En ellos hay quienes desean vivir en paz a pesar de lo que han hecho. Hay quienes desean seguir haciendo política posteriormente al cambio en el estado de cosas. Hay quienes desean también convivir en Venezuela sin necesidad de huir. Esas son las fuerzas que hay que convocar, y que se sumarían a esta iniciativa para que aquellos que estén radicalizados accedan a una solución negociada.
Pero del lado opositor hay muchos que dirían: ¡No negociamos con terroristas! Y ese argumento tendríamos de este lado que pensarlo muy bien, porque, imagínense los términos a los que llegó Henry Kissinger con los comunistas para acabar con la guerra de Vietnam, que en su momento bien podían catalogarse de terroristas, comenzando por tragarse los miles de muertos norteamericanos de esa guerra y desalojar el territorio. O los mismos EEUU negociando hasta ayer con el régimen de Nicolás Maduro Moros.
¿Debemos los venezolanos esperar la violencia para negociar el conflicto político del país? ¿O que luego de que modifiquen la Constitución, al punto de crear el Estado Comunal cubano, muchos decidan que no están de acuerdo e inicien un conflicto siguiendo la receta violenta que usaron otros países en el siglo pasado? Eso está en el abanico de posibilidades de lo que puede pasar si la estrategia es esperar a que ocurra un milagro del exterior.
Por otro lado, se plantea el llamado Constituyente como CONSECUENCIA del desenlace del régimen. El otras palabras, hay quienes piensan que es evidente que hay que reconstruir el Estado en ruinas que deje el régimen luego de su caída, por lo que necesariamente tendremos que convocar al Constituyente para reconstruirlo. Esta idea parte de la premisa de esperar que el régimen se caiga solo o de cualquier manera, en especial ante la presencia de la oferta inmediata de la dirigencia opositora. Obligatorio es recordar que el pueblo cubano lleva 66 años esperando eso. Recuerden esta verdad histórica: no pasa nada si no se provoca.
La dirigencia opositora, la nueva y la vieja, ha sido renuente a convocar al dueño de la soberanía porque suponen que muchos desaparecerían –y con razón- del mapa político venezolano en esa Constituyente, debido a su traición a los valores democráticos en su complicidad con el régimen. Entonces, ¿lo que deben prevalecer son los intereses de los políticos o de los ciudadanos? Saque usted sus propias conclusiones.
¿Con cuál de las dos propuestas se anotaría usted? ¿En una constituyente como CAUSA, o una como CONSECUENCIA? ¿Sería usted un factor activo o uno pasivo en toda esta trama para lograr un cambio en el país? Y no es que usted esté en contra del proceso Constituyente en sí mismo, sino si está a favor de usarlo o no como una herramienta para movilizar al país y generar un cambio en lo que está ocurriendo. Piénselo bien. Su decisión tal vez sea la diferencia entre la paz y la violencia, o entre la libertad y la tiranía…
Caracas, 4 de Agosto de 2025
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